jueves, 9 de febrero de 2012

¿Digital o papel?

Esa señora con traje-chaqueta con aspecto de dirigirse a trabajar en una oficina de la Castellana que está sentada enfrente en el metro, tiene uno entre sus manos, el joven estudiante entre cigarro y café, de vez en cuando dirige su atención a uno de ellos, el tipo ese de mediana edad con pinta de ejecutivo agresivo está manejando uno en la sala de espera del aeropuerto. Definitivamente, los libros electrónicos están ya entre nosotros

Son más ligeros, facilitan llevar muchos más ejemplares, caben en cualquier lado, permiten adquirir un nuevo volumen al instante desde cualquier lugar y cuando se desee, la tecnología de la tinta electrónica posibilita una lectura cómoda, semejante a la de su contrapartida de papel. Y, lo más importante: la disponibilidad de los clásicos en Internet nos libera de las prisiones con las que la mafia editorial nos había cargado. Gracias al libro electrónico, ya no estamos a la merced del avaricioso cártel editorial, y, a un click y sin coste alguno, tenemos al alcance de la mano todos los clásicos de la literatura universal. Tal vez no lo note tanto el amante del drama isabelino o el enamorado del Sturm und Drang, pues a través de alguna conocida librería de internet es posible adquirir clásicos en la lengua de Shakespeare o Goethe a precios ridículos —Penguin Classics o Reclam Universal-Bibliothek, sin ir más lejos—, pero aquel que quisiera leer a Cervantes no tendría otra que avenirse a pagar el precio mínimo acordado por una siniestra confabulación de empresarios. Si alguien se preguntaba cómo era posible que la FNAC y la Casa del Libro tuvieran exactamente los mismos precios, esa es la razón.

So pretexto de proteger al pequeño librero y a las editoriales independientes que distribuyen materiales que, de otro modo, no tendrían salida, el lobby editorial ha conseguido que los políticos amparen un monopolio que perjudica a la sociedad para, en realidad, beneficiar a las más importantes editoriales y a las grandes superficies de venta. Pero aceptemos su falso argumento de la protección del pequeño librero: ¿y qué? El mundo evoluciona y todo debe adaptarse a nuevas circunstancias, y,  lamentablemente hay cosas que quedan obsoletas. Cuando se empezó a universalizar el agua corriente, a ningún iluminado se le ocurrió establecer un precio mínimo para no perjudicar al aguador. Pero bien, traguemos con el non sequitur y aceptemos que no hay aguadores para traer agua, sino que se trae agua para que haya aguadores. Vuelvo a decir entonces: ¿y qué? En lo que al libro electrónico se refiere, es ahí precisamente donde las editoriales independientes pueden competir en igualdad de condiciones. Sin embargo, las pequeñas librerías no parece que estén compitiendo en ese mercado, por lo que no termino de entender el problema. Pasaría algo semejante a lo sucedido con las tiendas de discos, que la música de consumo, la bazofia que suena en Los 40, terminaría siendo competencia de las grandes superficies, mientras que las pequeñas tiendas de discos terminarían especializándose en un material determinado y piezas de coleccionista. Y, si bien es cierto que se escucha muchísima música en internet, no es menos cierto que hay quien sigue yendo a rebuscar entre los discos de vinilo de la Metralleta, a pesar de tener el tema que busca en cinco versiones diferentes descargadas de internet. Aquí entra en escena el fetichismo de lo material. Del mismo modo, en lugar del cataclismo que pronostican, la situación devendría en un mercado similar al musical: grandes superficies vendiendo best sellers, posiblemente ediciones baratas y en formato electrónico en su mayor parte, y pequeñas librerías distribuyendo obras para connaisseurs, buscadores de una obra destinada a un público muy concreto y minoritario, o una edición en particular. Y posiblemente tendrían que especializarse, dejando el mercado generalista para las grandes superficies... como de hecho ya ocurre, y la prueba son las librerías especializadas en obras jurídicas, de ingeniería o en lenguas extranjeras. Si no hubiera precio mínimo prefijado, ¿afectaría eso a las librerías especializadas? No creo que las grandes superficies se pusieran de repente a distribuir un material que no han distribuido hasta ahora y, para más inri, hacerlo con un margen de beneficio menor del que tendrían en caso de hacerlo en este momento.

Yo me debato entre mi afición a los chismes electrónicos y la nostalgia del papel viejo de una librería de lance. No termino de decidirme. Mi lado más analítico me empuja a abrazar sin miramientos el formato digital, por las innumerables ventajas objetivas que presenta frente al tradicional, pero mi lado más visceral se aferra al viejo libro de papel. Supongo que lo que se impondrá será una solución de compromiso, retomando el ejemplo musical, discos de vinilo para sentarme en mi casa y pegarme el gustazo, y MP3 para las audiciones de combate caminando por la calle.

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